lunes, 4 de noviembre de 2013

TRADICIONAL DÍA DE MUERTOS, MÁS ALLÁ DE LA MUERTE Y EL DESCANSO ETERNO.



La celebración de día de muertos ha sido sin duda alguna a lo largo de las generaciones pieza fundamental en la cultura mexicana, ofrendar a nuestros muertos es una forma mantenernos cerca de ellos, de dialogar con su recuerdo, con su vida, con las experiencias compartidas. Si bien los orígenes de la tradición son anteriores a la llegada de los españoles, quienes tenían una concepción unitaria del alma. Dentro de la visión prehispánica, el acto de morir era el comienzo de un viaje hacia el Mictlán, el reino de los muertos, también llamado Xiomoayan, término que los españoles tradujeron como infierno.

Este viaje duraba cuatro días; al  llegar a su destino, el viajero ofrecía obsequios a los señores del Mictlán: Mictlantecuhtli (señor de los muertos) y su compañera Mictecacíhuatl (señora de los moradores del recinto de los muertos).

De tal modo las culturas indígenas concebían a la muerte como vida-muerte, lo que hacía que la muerte conviviera en todas las manifestaciones de su cultura. Su símbolo se invocaba en todo momento y que por consiguiente se representara en una sola figura, es lo que ha hecho que su celebración siga viva en el tiempo.

Es así, que se ha generado una ardua tarea entender la muerte y su significado, labor que abarca momentos de innumerables reflexiones, rituales y ceremonias de diversa índole, lo que ha establecido hoy en día el máximo símbolo como culto religioso.

El día 1 de noviembre, llamado Día de Todos los Santos, es cuando llegan las ánimas de los niños. El 2 de noviembre, el día de Muertos, es cuando llegan los adultos.  



Lo que contiene cada altar es único, es vistosa por los colores de las flores y su inigualable fragancia, las calaveritas de dulce y el papel picado; de un aroma particular por la mezcla de los perfumes de la comida, misma que se ofrece es la que en vida le gustaba al difunto, podemos ver cazuelas de mole, tamales, mole verde, corundas, cochinita pibil, pozole etc. Y por supuesto no podía faltar el peculiar  incienso y el copal.
Para que una ofrenda de Día de Muertos lo sea, en la  forma tradicional, debe tener varios elementos esenciales; a continuación te en listamos esos elementos y su significado.
En cuanto a  los adornos se tiene como principal objeto las cadenas de papel en color morado y amarillo que significan la unión entre la vida y la muerte.
El agua la fuente de la vida, se ofrece a las ánimas para que mitiguen su sed después de su largo.
Las velas sin duda alguna  juegan un papel importante ya que significan la luz que debe guiar a las ánimas en su camino.

Las flores simbolizan la bienvenida a las almas, blancas representando el cielo, amarillas la tierra y moradas por el luto. Cabe destacar que las flores amarillas, es decir, el cempasúchil es una flor originaria de México, recolectada por nuestros ancestros los mexicas  por esta razón se ha convertido en uno de los elementos representativos de una tradicional festividad mexicana.
El tradicional pan de muerto simboliza a un cadáver, el círculo que se encuentra en la parte superior del mismo es el cráneo, las canillas son los huesos y el sabor de azahar es por el recuerdo a los ya fallecidos.  Asimismo el ofrecimiento fraternal es el pan, la iglesia lo presenta como el “Cuerpo de Cristo”.
Y el  copal, donde el humo simboliza el  paso de la vida a la muerte; es el elemento que sublima la oración o alabanza. Fragancia de reverencia. Se utiliza para limpiar al lugar de los malos espíritus y así el alma pueda entrar a su casa sin ningún peligro.

La muerte es un personaje omnipresente en el arte mexicano con una riquísima variedad representativa: La muerte es en sí  un tránsito desde la vida terrenal hacia Dios.

"Adelantándose unos pasos, se inclinó hasta el suelo, y oró diciendo: Padre mío, si es posible, líbrame de esta copa de amargura; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú." (Mateo 26, 39)

Cuando muere una persona que queremos, nuestro amor hacia ella permanece intacto y, aunque pasen los años, el amor no muere nunca. Si hemos amado a Jesús con toda nuestra vida y con todo nuestro corazón, podemos decir con el apóstol san Pablo:

"Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte ganancia. Pero si viviendo en este cuerpo puedo seguir trabajando para bien de la causa del Señor, entonces no sé qué escoger. Me es difícil decidirme por una de las dos cosas: por un lado, quisiera morir para ir a estar con Cristo, pues eso sería mucho mejor para mí; pero por otro lado, es más necesario por causa de ustedes que siga viviendo." (Filipenses 1, 21-24). 

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